- Incumplir contratos y no pagar los derechos de autor que corresponden al traductor (un cánon pactado en torno al 1%-1,5% pero que en caso de aplicarse llega a bajar al 0,05%).
- No revisar las tarifas de traducción en 10 años excepto para rebajarlas.
- Ofrecer un libro a varios traductores y contratar al que acepte la más baja.
La última jugarreta la explica Carlos Milla, traductor y coautor del artículo
«Antes nos pagaban por página, porque escribíamos a máquina. Cada folio tiene 30 líneas y 70 espacios y nos pagaban lo mismo independientemente de que esas 30 líneas y 70 espacios estuvieran llenos o no [no los llenarían, por ejemplo, los diálogos ni los versos]: Con ese sistema, editor y traductor daban por supuesto un equilibrio. Sin embargo, hace tiempo, un genio editorial vio que si contaba las páginas y luego sus caracteres y los dividía entre 2100 [que son los caracteres que hay en una plantilla de 30 líneas - 70 espacios] ya no tenía que pagar al traductor esos espacios en blanco.»
Este nuevo sistema de cómputo llega a reducir un 20% los ingresos de los traductores. Como apostilla otro traductor, Manuel Serrat Crespo, «hasta que no podamos demostrar que las traducciones, las buenas y las malas, afectan a las ventas, a las editoriales les importará un comino.» Para ello, tiene que haber entre el público una cultura de la traducción: «Que un señor o señora vaya a la librería y diga "¿Quién ha traducido este libro?"».
Como muestra, un botón: en la misma edición de hoy aparece
Ya lo sabes. Cada vez que disfrutes de un libro escrito en otro idioma, acuérdate de que es el traductor quien ha permitido que pases tan buenos momentos, el que ha ayudado a crear un artículo de calidad. Por eso, cuando puedas elegir, rechaza el libro cuyo traductor no figure: es uno de los síntomas de que no se ha cuidado la edición. Y, cada vez que una mala traducción reste valor a ese libro que has comprado, devuélvelo a la librería: es un artículo de mala calidad como cualquier otro y deben devolverte el dinero.
2 comentarios:
Una pequeña corrección: la editorial para la que trabajaba Matilde Horne era Minotauro, más que Mondadori.
El medio millón de ejemplares vendidos de "El Señor de los Anillos" desde el estreno de las películas son la clave de todo este asunto.
Saludsos.
Tienes razón en lo de Minotauro. Corregido está.
Publicar un comentario