2.6.07

Ha pasado el día del orgullo friki sin que yo me enterase. Fue el 25 de mayo, fecha del estreno de La guerra de las galaxias que coincide además con el Día de la toalla, que rinde homenaje a Douglas Adams, autor de la Guía del autoestopista galáctico. Pero yo me pregunto: ¿soy friki?
Para saberlo, voy a esta página en la que salen las 100 películas más frikis de la historia. He visto tres cuartas partes de ellas y la verdad es que no sé qué pensar, pero mi amigo Carlos apunta con muy buen tino que, si hay dos o tres de las que nunca has oído hablar, eso te baja puntos. Siempre se puede ser más friki. Como aquél que me confiesa que sólo hay ocho que no haya visto. No digo cómo se llama porque sé que no me lee. Bandido.
Pero tampoco tiene nada de malo ser friki. Casi todo lo que sé (y vale la pena recordar) lo he aprendido de los cómics, las novelas de aventuras y las space operas. Y siempre sostengo que detrás del intelectual moderno se esconde un friki. Aunque estas listas de 1001 películas y 1001 libros que hay que leer antes de morir lo contradicen: de la primera lista he visto una cuarta parte, y de la segunda he leído como ochenta libros o así. Pero digámoslo de una vez: leerse esos 1001 libros en una sola vida es irrealizable, lo han puesto para desmoralizar al personal (lo bonito sería que la lista sería de 1001 libros que no vas a morir sin haberte leído; alcanzaríamos la vida eterna). El que ha hecho la lista no me va a convencer de que se ha leído enteros Ulysses, Les Miserables y La recherche du temps perdu. Anda ya.
Pues mira, yo te digo una cosa: prefiero ser un friki sincero que un intelectual hipócrita.

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