13.3.07

Ha sobrevivido cerca de diez mudanzas. Ha estado agarrada con cinchetas a la pared de mi cuarto, pegada a la torre de un PC con celo, enterrada en cajas y carpetas, y siempre ha vuelto a reaparecer para buscar un rincón privilegiado de mi campo visual. Es una postal que compré hace entre quince y veinte años: un gato negro, de espaldas, contempla desde la repisa de una ventana un paisaje con niebla. Recuerdo lo que pensé la primera vez que la vi: la estampa ideal de lo que es un hogar. La miro ahora y veo a Janfri contemplando los árboles desde el cristal del balcón. La imagen es sorprendentemente parecida.

No es difícil desgranar más recuerdos. Recuerdo, por ejemplo, ser niño y esperar con ilusión el momento en que empezara «Mazinguer Z» o «La abeja Maya». Y me veo a mí mismo años después dando mis primeros pasos profesionales traduciendo dibujos animados: «Combattler V» (un cruce entre Mazinger y el Comando G), y otros: «El Jorobado de Notre Dame», «Los Babaloos», «Gumdrop». Probablemente muchos de mis trabajos actuales tienen ecos de ilusiones del pasado: recuerdo que me refugiaba en la biblioteca o bajo las sábanas, como el Bastián de La Historia Interminable, leyendo novelas de aventuras y fantasía. De ahí proceden muchos de los momentos más mágicos de mi infancia. Y me veo ahora traduciendo literatura infantil y juvenil. Leía adaptaciones en papel de las películas de Disney y ahora las hago.

Recuerdo identificarme con entusiasmo con los valores de La guerra de las galaxias a la vez que sus escenarios me hacían soñar. Años después, me veo puliendo la traducción de La guía definitiva de Star Wars y otros libros que desvelan todos los secretos de la saga. Y, tirando del hilo de los recuerdos relacionados con el cine, recuerdo descubrir a Lauren Bacall en Cayo Largo hace ya bastantes años y pensar que era la mujer más hermosa del mundo. Y termino traduciendo su autobiografía. Y recuerdo la emoción con la que empecé a recorrer las salas de cine de versión original de Barcelona. Me guardaba las hojas promocionales para conservar ese recuerdo, y llevo años ya traduciendo dossiers de prensa de cine para distribuidoras alternativas. También recuerdo escaparme a Sitges cuando el festival de cine era en septiembre y de paso terminar la temporada de playa con un último baño en el mar. Seguí con el ritual hasta que terminé traduciendo películas de fantasía y terror para el mismo festival.

¡Y los cómics! Aprendí a leer con los mortadelos, y aprendí inglés y francés para poder leer «X-Men» y «Spirou» en el idioma original. Saber idiomas te ayuda a leer y ahora ayudo a leer a los que no saben idiomas. Y en el proceso de aprender a leer y ayudar a leer, los cómics, en todos los idiomas, han acabado poblando a centenares mis estanterías o esperan pacientemente en cajas.

Sin duda, nuestros pensamientos modelan nuestra realidad. Me doy cuenta al mirar a ese gato fotografiado en la postal y ese paisaje que, cuando se levante la niebla, probablemente mostrará la vega de Granada.

Si guardas recortes o postales, si conservas un diario de tu infancia o adolescencia, busca un poco en el baúl de los recuerdos y te sorprenderás al ver cuántos sueños de ayer son las realidades de ahora.

Por eso no hay que dejar de soñar.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Jo, qué preciosidad de post, Dani.

Maya